Los espacios tradicionalmente consignados a la vida privada, como es el de la sexualidad, se constituyen hoy como vectores de una apuesta política fuerte contra el orden establecido de las cosas, la división binaria por sexos, cuya construcción depende de una matriz de inteligibilidad que califica a las personas de acuerdo a expresiones de género (femenino/masculino) y el ejercicio de una sexualidad heteronormativa que se desprende como “natural”, son algunos de los pilares donde el sistema capitalista se apoya firmemente.
El género se convierte entonces en el dispositivo privilegiado de un sistema que regula las diferencias y que divide y jerarquiza a los cuerpos de forma coercitiva.
Leonor Silvestri